Libre de la Homosexualidadpar Oscar Galindo
¡Quítate niño! ¡Tú no eres mi hijo! Retumbó la voz de mi padre en mis oídos infantiles cuando trataba de abrazarlo, rompiendo algo en mi interior. Tan sólo tenía 3 años de edad. Nací y fui criado en una familia cristiana hasta la edad de 15 años. Soy el menor de tres hermanos. Mis padres se divorciaron siendo yo muy pequeño. Mi padre siempre trató de proveer nuestras necesidades materiales pero nunca fue un padre que mostrara afecto físico. Mi madre fue acusada injustamente de haber cometido adulterio, y esa fue una de las razones por las que mi papá me rechazó en mis años de infancia. Para sorpresa suya, más tarde, descubrió que era yo quién más me parecía a él. Anhelaba tener un padre. Mi madre trabajaba como profesora, y disfrutaba el ambiente social magisterial en el que se desenvolvía. Solía decirle a mi madre: --Mamá, quiero tener un papá, ¿Podrías decirle al profesor Juan que sea mi papá? ¡Dile que venga a vivir con nosotros! Como niño no alcanzaba a comprender la complejidad que requería “re-componer” un hogar. Cuando tenía aproximadamente 12 años, comencé a desarrollar patrones sexuales adictivos. En los atiborrados autobuses trataba de tener contacto físico con los hombres. Comencé también a “curiosear” en los baños públicos y debido a mi aislamiento trataba siempre de andar en la calle solo. Fue así como tuve mi primera experiencia sexual. ¡Fue bastante desagradable! Me sentí increíblemente sucio. Corrí a mi casa, entré a la ducha mientras entre lágrimas le pedía perdón a Dios por haber cometido tal atrocidad… al día siguiente, estaba tratando de recordar dónde me había dicho ese hombre que vivía, pues tenía deseos de verlo nuevamente. A la edad de 14 años llegué a estar más involucrado en experiencias de sexo anónimo. Mi comportamiento realmente era enfermizo. Comencé a visitar saunas, y cines donde abiertamente se tenían relaciones homosexuales. Mi familia se enteró de la situación. Mi madre me llevó al médico para una revisión exhaustiva, pues temía que hubiera contraído alguna enfermedad venérea. También comenzó a llevarme con psicólogos y psiquiatras, con quienes accedí a ir en una forma voluntaria y pacífica, únicamente para demostrarle a mi madre que yo no iba a cambiar, pues me había “aceptado como gay”. Yo no quería cambiar, y por supuesto, todas las visitas a psicólogos y psiquiatras fueron infructuosas. Comencé a asistir a fiestas, a beber excesivamente y a faltar a mi casa. Mi madre se encontraba sumamente abrumada y molesta, y trataba a toda costa de “cambiarme”; me escribía cartas donde me hablaba en una forma muy ruda, para que dejara el ambiente homosexual. La situación se convirtió en algo insoportable, así que decidí huir de mi casa. Tenía tan solo 16 años. Me fui a la Ciudad de México, a dos horas de mi ciudad natal. Ahí comencé a conocer a muchos homosexuales y pederastas y, aun cuando finalmente volví a casa, hice grandes vínculos de amistad con mucha gente de la comunidad homosexual. Cuando tenía algún disgusto en casa, huía a la Ciudad de México por una o dos semanas, sin avisar, para “castigar” a mi familia por presionarme. Me hice en un experto de la manipulación. A los 17 años tuve mi primera pareja gay. Realmente me enamoré de este hombre bisexual, un futbolista profesional, pero fue una relación muy conflictiva. Él me inducía a beber continuamente, mi familia se enteró de esta relación y esto me ocasionó grandes problemas, pues estando tomados él insultaba a mi familia. Después de un año, di por terminada esta relación tormentosa y me prometí que ya no permitiría que la gente me lastimara de esa manera, que si en una relación de pareja iba a haber una víctima, no sería yo. Fue ahí que comencé a darme cuenta lo destructivas que eran las relaciones homosexuales. Me fui involucrando más y más en el alcohol, hasta perderme. Tenía frecuentemente lagunas mentales y sucedía que de pronto me encontrara en casas o en hoteles, sin saber cómo había llegado hasta ahí. Todos los años que estuve involucrado en el estilo de vida homosexual fue lo mismo: tratando de encontrar una relación de pareja estable, sólo para darme cuenta lo insatisfactorias que éstas resultaban, y hundirme nuevamente en el alcohol y en el sexo anónimo y promiscuo. A la edad de 25 años, después de alcoholizarme un fin de semana, comencé a sentirme enfermo. Me dio una enfermedad que ataca el sistema central nervioso y que produce unos dolores insoportables en las terminaciones nerviosas. Fue entonces que me vino un gran quebrantamiento. Me sentía más solo que nunca, incapacitado para trabajar, comencé a hacer un balance de mi vida ¿Qué he estado haciendo? ¿A dónde me han conducido mis decisiones? Tengo 25 años, soy un homosexual solitario, con un comportamiento sexual compulsivo, alcohólico… y ahora ¡enfermo! Estaba en mi casa, con esa gran depresión, sintiéndome totalmente frustrado por mis decisiones y el estilo de vida que había estado llevando, y también con un gran dolor físico, espiritual y emocional. Fue ahí que aparecieron súbitamente dos mujeres amigas de mi madre en la sala de mi casa, y me dijeron: Oscar, estamos aquí porque queremos que sepas ¡que Jesús te ama! ¡Y nosotras también te amamos! Se acercaron, me abrazaron, me besaron la mejilla, y comenzaron a compartirme del amor de Dios. No pasó mucho tiempo cuando estallé en llanto, el amor de Jesús era tan patente en ese lugar. Podía sentirme sucio, pero al mismo tiempo abrazado, amado, querido, aceptado. Tuve un encuentro personal con el amor de Jesús. Ahí fue que me guiaron en oración en medio de un fuerte llanto, y le pedí a Cristo que entrara en mi corazón, que fuera el Señor y Salvador de mi vida. Le dije también Dios, hay muchas cosas que no entiendo, no sé por qué he ‘tenido’ que vivir como homosexual, pero lo que puedo experimentar es tu grande amor por mí. Te entrego mi vida. Pasé llorando una semana entera, era una sensación de sentirme abrazado por los amorosos brazos de Dios, y saber que no merecía eso, pero que a Él no le importaba mi pasado, Él me estaba amando incondicionalmente. Comencé a leer mi Biblia, a conocer lo que Dios quería que yo supiera, a conocerlo a Él a través de Su Palabra, y de la oración. Me involucré en una iglesia, asistía a todas las actividades que había disponibles, excepto a la de mujeres porque no me permitían entrar, pero tenía un hambre insaciable por conocer a Dios, de tal forma que podía pasar la mayor parte de mi tiempo expuesto a las enseñanzas bíblicas y a la oración. El cultivar una relación con Dios, conocerlo más a través de su Palabra fue algo de suma importancia. Sin embargo, seguía luchando con deseos homosexuales. Yo sabía que debía haber algo más profundo para mi sanidad, así que empecé a investigar si había algún ministerio que ayudara a gente que había dejado el estilo de vida homosexual. Fue así como llegué a un grupo de apoyo cristiano en la ciudad de México, donde conocí a Rosy Carranza, una hermana en Cristo que me ha apoyado desde entonces siendo mi intercesora y consejera personal. Poco tiempo después supe que había un ministerio internacional llamado Exodus que tenía una gran cantidad de libros, enseñanzas y testimonios disponibles para ayudar a la gente que estaba dejando atrás el estilo de vida homosexual. Comencé a adquirir enseñanzas que fueron de gran ayuda para mi vida. Puedo decir que el elemento más importante en mi sanidad y restauración ha sido y será siempre mi relación con Dios y el estar consciente de su presencia en mi vida. Fueron también de gran utilidad los testimonios que he leído o escuchado pues me brindaron mucha esperanza de que el cambio era posible. Una de las grandes barreras que tuvieron que ser derribadas pues obstaculizaban mi restauración, fue la falta de perdón. Pasé por un proceso en el que la gente que me ministró me ayudó a ver el rencor que había venido acumulando en mi corazón hacia la gente que me había herido, y muy especialmente hacia mi padre. Curiosamente este proceso comenzó cuando comencé a reconocer las faltas que había cometido en contra de mi papá, y posteriormente declarando en una oración de fe que yo le perdonaba por tanto rechazo y años de abandono, esto en medio de muchas lágrimas. Dios me estaba llevando a un nuevo nivel de libertad, sanidad y limpieza. Dios estuvo sanando en una forma profunda mis heridas. La relación con mi papá fue mejorando progresivamente, el Espíritu Santo hizo una obra tan profunda en esta área que pude ver con claridad entonces que mi padre tenía su propia historia, pues él mismo había sido rechazado durante muchos años por sus padres ya que fue el producto de una violación a mi abuela. El último día que vi a mi padre con vida pude decirle desde mi corazón que lo amaba y que quería reforzar vínculos con él. El Espíritu Santo estuvo tratando en mi mente con una cantidad impresionante de mentiras que yo había creído durante muchos años: que siempre iba a ser homosexual, que no valía nada, que era inferior a todos los hombres, que siempre sería un adicto sexual. Dice la Biblia que las armas de nuestra milicia no son carnales sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levantan en contra del conocimiento de Dios. Muchos argumentos fueron derribados en mi mente, dándole al Espíritu Santo sus herramientas más eficaces: La Palabra de Dios. Dios me enseñó que estaba en un proceso de santificación, que debía ser paciente conforme Él iba convirtiéndose en el amo y Señor absoluto de mi vida, y de cada área de mi ser. La mentira de que no tenía otra opción sino la de ceder al pecado, cayó estruendosamente cuando Dios me mostró que ya no estaba bajo la ley del pecado y de la muerte, sino bajo la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús; que esas tentaciones que durante toda mi vida me habían parecido invencibles, sobrenaturales, ¡no lo eran! Y que Dios siempre, siempre me daba una salida, y debía aprender a ejercer mi voluntad, que había sido facultada por el Espíritu Santo para tomar decisiones que le dieran la gloria a Dios. Aprendí también que era necesario que hiciera sendas rectas en mi vida, nuevos patrones de respuesta y conducta, para que lo cojo no se saliera del camino sino fuera sanado. Dios también me ha mostrado mi verdadero valor y mi verdadera identidad, pues su Palabra está llena de verdades acerca de quién soy en Él, y es Él, mi Padre celestial quien define mi identidad, ni un viejo estilo de vida, ni las mentiras del mundo, ni del diablo, sino Él, mi Creador, mi Sanador y Proveedor. Durante algún tiempo tuve mis propias expectativas sobre mi restauración, pero dice la Biblia que nuestros pensamientos no son los pensamientos de Dios, y las respuestas que Él tiene para nuestra vida son totalmente distintos. Mientras esperaba pacientemente que él fuera sanando cada área de mi vida (y lo sigue haciendo aún), Dios me habló como al apóstol Pablo, bástate mi gracia porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Esto me ayudó a tener paz en mi corazón conforme Dios iba haciendo su labor paulatinamente. Algo que ha sido muy importantes en mi sanidad han sido el involucrarme en el Cuerpo de Cristo, el desarrollar amistades que han sido una forma como Dios ha estado supliendo mis necesidades más profundas de afecto. Ellos han contribuido grandemente en reformar la forma en que veo tanto a hombres como a mujeres, lo que me ha servido para des-erotizar las relaciones con varones, habiendo aprendido ahora a verles como mis iguales, y no como objetos sexuales, ni con envidia, ni como proveedores de mis necesidades emocionales en formas pecaminosas. El haber conocido a hermanos en Cristo que me han acompañado en este proceso, mediante una rendición de cuentas, hablando con total honestidad acerca de mis luchas y triunfos, y sabiendo que están ahí para apoyarme, para alentarme para escucharme y para orar conmigo y por mí. Dice la Palabra de Dios que nos confesemos nuestras ofensas los unos a los otros y que oremos los unos por los otros para ser sanados. Me fui involucrando poco a poco en ayudar a otros. Comencé a compartir lo que Dios ha hizo y sigue haciendo en mi vida, las cosas que Él me ha ido revelando a través de Su palabra, a través de otros hermanos, a través de su Palabra y a través de su misma presencia en mi vida. Podría resumir lo que Dios ha hecho en mi vida en estos años, diciendo que Él ha estado renovando mi mente, restaurando mi sexualidad de acuerdo con su plan divino, y Jesús imprimiendo su sello de masculinidad y hombría en mí. Ha sido un tiempo también de sanar viejas heridas, de perdonar, de seguir con mis ojos puestos en Dios, quien es el único que puede traer una provisión verdaderamente satisfactoria de mis necesidades más profundas. No ha sido fácil. La sanidad es algo que involucra dedicación, apego, disciplina, pero sobre todo tener una sólida relación con Dios, teniéndole a Él como la prioridad número uno en nuestras vida. Sigo adelante con Él, sabiendo que “el que comenzó la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo”. Oscar Galindo actualmente es el Director Administrativo de Exodus Latinoamérica, un ministerio cristiano que se dedica a anunciar que es posible la libertad de la homosexualidad a través del poder transformador de Jesucristo. También dirige un grupo de apoyo para gente saliendo de la homosexualidad en la Ciudad de México, y da conferencias y cursos de capacitación a pastores y líderes que desean comenzar un ministerio de este tipo.
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